jueves, 29 de noviembre de 2018

Texto.

La importancia de la sororidad: yo también he visto a otras mujeres como enemigas
Me entrenaron para criticarlas. Y decidí no hacerlo más.

Recuerdo cuando pensaba que el feminismo no era mi batalla. De eso tampoco hace tantos años, estaba convencida de que yo llevaba una vida feminista y no sentía la necesidad de etiquetarme ni de definirme. Luego me di cuenta de la verdad: la palabra feminista me generaba rechazo, esta sociedad me había entrenado para ello. Cuando entendí eso, no hubo vuelta atrás y sólo había una forma para no volver a caer en ese error: sacudirme mis vergüenzas. Empecé a ponerme en duda. Así fue cómo llegué hasta la sororidad.

Quería purgarme de machismo, algo dificilísimo de lograr en una cultura machista desde sus más torcidos cimientos. Intentarlo es una tarea complicada, dolorosa y larga, no se acaba nunca, porque las peores conductas machistas son las más difíciles de detectar, tan aceptadas de tan arraigadas. Y en esa purga, tuve que aceptar que muchas veces había visto a otras mujeres como enemigas; que a menudo había juzgado a alguna sin conocerla; que había tachado a desconocidas de calientabraguetas o víboras o envidiosas. Esas son las vergüenzas que tuve que sacudirme para intentar no volver a caer jamás en ese error.

¿Si no era tan dura con los hombres, por qué era tan cruel con otras mujeres?

Nos entrenan para ello, ya lo he dicho, desde muy pequeñas nos repiten que nosotras somos nuestras peores enemigas, nos enseñan a vernos como rivales. Nos educan en esa misoginia, que se te pega como un alquitrán invisible y virulento. Cuando fui consciente de la mía, me di cuenta de esa gran mentira que nos tragamos. Me di cuenta de que las personas más importantes de mi vida son casi todas mujeres. Tengo padre, hermano, hijo y un puñado de amigos varones; pero la influencia que ellas han tenido sobre mí es mucho mayor. Lo fue mi madre, menuda obviedad, pero también, y de qué manera, mis amigas. Si miro a mi alrededor, sólo veo a mujeres que me hacen mejor persona. Y siempre ha sido así, incluso cuando no lo podía ver.

En mi camino se han cruzado también desconocidas que han sido trascendentales para mí, que sin conocerme apenas apostaron por mí o me apoyaron desde una generosidad y un vínculo que sólo se puede entender como sororidad.

La solidaridad entre las mujeres va más allá de la amistad, es una conexión que la trasciende. Es la hermandad, el apoyo y la confianza entre nosotras. La sororidad es ese sentimiento que nos anima a salir en masa a la calle 8-M, a manifestarnos contra la sentencia de La Manada y a gritar por el Me Too.

La sororidad nos hace indentificarnos con la otra. Y también, sentir que no estamos solas.

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